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El insólito pedido de un holandés que deseaba cambiar la edad, tuvo pendiente a la prensa del mundo. Actualmente, en la mayoría de los países es muy sencillo cambiar de género y de nombre, entonces ¿por qué no de edad? Finalmente, la justicia decidió rechazar la petición y este ciudadano “joven por dentro” deberá continuar con sus sesenta y nueve años, tal como figura en su documento.
Pensemos por un momento qué hubiese pasado si la justicia accedía a la petición de Emile Ratelband. ¿Sus años hubiesen sido verdaderamente borrados? La lógica nos indica que no, una fecha fecha alterada en un papel no es capaz de modificar nuestro pasado, lo que somos, de dónde venimos. Nuestra esencia se halla más allá que en un simple documento.
Del mismo modo, los datos del “documento” de Iosef haTzadik, cuando descendió a Egipto, fueron modificados. Recibió un nuevo nombre, una nueva residencia e incluso un estatus social diferente. Sin embargo, su edad continuaba aumentado según los doce ciclos lunares anuales; de tal manera que sabemos que desde que fue vendido, a la edad de diecisiete, pasaron veintidós años hasta que sus sueños comenzaron a cumplirse.
En este sentido, un hecho interesante que podemos contemplar en Janucá, respecto al valor del tiempo, es la prohibición, por parte de los helenos, de que el pueblo judío celebrara Rosh Jodesh (el cambio de la luna). ¿Cuál podría ser el propósito de tal prohibición?
La cuenta del tiempo nos habla de trascendencia. Aparentemente, trascender en el tiempo es, para muchas personas, un realidad negativa. Sin embargo, permanecer no sólo es parte esencial de nuestra identidad sino que además es símbolo de fortaleza.
Han pasado más de treinta mil ciclos lunares desde el primer Janucá, y podemos decir ¡AQUÍ ESTAMOS! Con nuestros nombres, nuestras costumbres y la larga edad de nuestro pueblo.
Esencia y trascendencia. Que profundo. Gracias.