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  • Mica

Cuando mi padre prometió volver

Una experiencia de la infancia me ayudó a comprender cuál es la actitud correcta para esperar, sin desesperar, en las promesas de Dios.

Tengo varios recuerdos de mi infancia, pero hay uno que es especial. Siempre que mi papá llegaba del trabajo abría la puerta de casa y con una entonación graciosa gritaba para que mi mamá se percatara: "¡ESPOSA AMAAAADAA!". Cada vez que sonaban esas dos palabras, mis hermanos y yo salíamos corriendo para abrazar a papá. No importa qué estábamos haciendo, pero escuchar "¡ESPOSA AMAAADAA!" nos traía cierta tranquilidad de que estábamos otra vez todos juntos.


Cuando tenía alrededor de cuatro años no estábamos pasando un buen momento económico, y mi papá tuvo que viajar a la provincia de Catamarca para trabajar durante el verano. Un trabajo que le había conseguido mi tío, lo que iba a permitir que nos pudieran inscribir en el jardín. ¡Tenía que estar 45 días lejos de casa! Ahora, ¿cómo le haces entender a un niño de 4 años que te vas por 45 días? Para mí no había diferencia entre 45 días y una semana. Entonces, con la creatividad que siempre caracterizó a mi papá, compró 45 paquetes de galletas. Cada paquete representaba un día, y la consigna era que a la hora de la merienda, mi mamá, mis hermanos y yo, teníamos que comer un solo paquete. Papá nos juntó y nos dijo lleno de amor: "el día que coman el último paquete yo voy a volver". Creo que a los tres hermanos nos entusiasmó la idea de merendar unas galletas dulces que no eran comunes en casa. Mi papá viajó y nosotros nos quedamos con mamá. Era demasiado chico, por lo tanto no recuerdo lo que pasó durante esos días. Pero sí tengo en la memoria que los paquetes de galletas estaban guardados en un armario, que una de sus puertas era de vidrio (todavía lo conservamos), y que cada vez que empezaba a extrañarlo me asomaba a ver cuántos paquetes quedaban, como si supiera contar. Todas las meriendas eran el mismo ritual. Nos sentábamos en el patio los cuatro y comíamos las galletas del día. Tenían un sabor especial, no eran como cualquier otra galleta. Me animo a decir que tenían un gusto a "espera". Recién ahora me doy cuenta que las emociones también se pueden gustar. Las semanas pasaron, y llegó el día de abrir el último paquete que quedaba en el armario. No pasó mucho tiempo que terminamos de comer la merienda cuando nos dimos cuenta de que se abría la puerta de casa. En ese momento escuchamos aquel grito con la entonación graciosa que decía: "¡¡¡ESPOSA AMAAADAA!!!" ¡que lindo recuerdo! Todos enredados en papá. Creo que si alguien nos hubiera visto, no habría distinguido quién era quién. Ese día la promesa se cumplió, llegó papá después del último paquete de galleta. Algo así ocurrió con Israel: Una vez libres de la esclavitud de Egipto, Moshé subió al Monte Sinaí para recibir las tablas del pacto. El pueblo debió esperar día tras día, semana tras semanas, su regreso. Finalmente, a los cincuenta días, Moshé volvió con las esperadas tablas que representan el contrato nupcial entre Dios e Israel. En la actualidad ese conteo de cincuenta días, llena de expectativa, entusiasmo y preparaciones, lo conmemoramos en lo que llamamos Sefirat Omer: la obligación de contar los días desde el segundo día de Pesaj hasta la fiesta de Shavuot (día en que fueron entregadas las tablas de la ley). Lo mismo podemos ver en la obra redentora de nuestro Mesías Yeshúa. Habiéndonos liberado de la esclavitud del pecado nos prometió que volvería por su esposa: el pueblo de Dios. Esa es la finalidad de Sefirat Omer, enseñarnos a esperar. No con sufrimiento y desesperanza, ansiedad y frustración. Más bien con una actitud de confianza y alegría, como cuando abría las galletas. Y es que estoy convencido de que en el momento menos esperado voy a escuchar esa voz que diga: "¡¡¡ESPOSA AMAAAADAA!!!"

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