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  • Mica

Anecdotario

Un amoroso padre es el fiel reflejo de un Dios lleno de amor.


A los seis años ya sabía andar en bici sin rueditas, y en alguna bajada mi papá se subía al transportín y yo sentía que tenía mucha fuerza en las piernas. Pedaleaba y pedaleaba ignorando por completo las leyes físicas de la inercia.


Con mi yo de ocho, pasó que me subí a un burro al que le habían puesto mal las riendas. Cuando tiré me quedé con ellas en la mano y el burro salió disparado hacia vaya saber donde. Sólo me acuerdo que mi papá, mientras corría detrás, me pedía que me sostuviera de la crin. Supongo que por eso no me caí. Segundos después, la mano de mi papá se convirtió en una garra superpoderosa que tirándome hacia atrás con fuerza logró cambiar mi posición y destino. De un desbarranco, espinazos y posibles quebraduras al contorno de sus brazos.


Mi yo adolescente dejó mucho que desear, pero hoy valoro su paciencia ante cada uno de mis planteos existenciales. Muchas veces me equivoqué y me costaba mucho admitirlo. Quizás por eso recuerdo con admiración las veces que me dijo: “perdoname vos a mi”.


Han pasado varios años desde que vengo lidiando con mi yo adulto. Trato de no correr ni detenerme. Quisiera poder avanzar sin dejar de mirar y convertir en mis memorias cada charla, chiste y abrazos con su olor. No quiero dar por sentado nada de lo que él hizo por mí. Ni tomarlo a la ligera. Ni mucho menos olvidarme.


Ninguno de sus cuentos, ni de las siestas, los senderos que recorrimos para pescar truchas, ni el milagro del fuego en la salamandra, ni las viejas canciones, ni de cuando a la mañana me llevaba sobre sus pies hasta el baño para que no tuviera frío.

Ni de cuando el más profundo de mis miedos se estaba haciendo realidad otra vez, y que cambió por completo mi posición y destino. Esta vez, frente a la vida, pero también con su abrazo y misericordia. Puso su corazón en mi miseria.

Del mismo modo tengo anécdotas con Dios. Porque también con Él tuve la sensación de que podía llevarlo en mi transportín y así sentir que tenía mucha fuerza. Asimismo, Su mano se convirtió en garra (no haría falta en este caso aclarar que …”superpoderosa”) y pasé de la caída libre a volar como sobre alas de águilas.


No es que me confunda pero Dios me abrazó con misericordia y lo hizo a través de mi papá y al mismo tiempo, como mi Papá.


Tengo anécdotas con Dios como Padre. Y son señales luminosas de su presencia en mi vida que van marcando cada paso como quien alumbra un sendero oscuro con una linterna. Un paso a la vez. Pero si miro hacia atrás veo los vestigios de esa luz, aunque sea un resplandor, no importa. Puedo seguir hasta que su completa luz me ciegue, y entonces entienda que llegué a la casa de mi Padre.


Por Vanghi Bognano.

En conmemoración del día del padre.

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